El Estado ya no cuida el planeta

¿Cómo podemos bailar cuando nuestra tierra está girando?¿Cómo es que dormimos mientras nuestras camas se prenden fuego?  Midnight Oil

Amazonia sigue ardiendo y las redes sociales han discutido, frenéticas. ¿Quién es el culpable o qué se puede hacer al respecto? Mucho de lo que leemos es el reflejo de una frustración razonable y potencialmente constructiva por la falta generalizada de acciones ambientales estatales.

Los problemas a los que nos enfrentamos son de tipo estructural, y uno de los asuntos centrales es nuestra dependencia en un sistema internacional que no encaja con los problemas transnacionales que debemos enfrentar. Tenemos una arquitectura inadecuada para lidiar con estos incendios y muchas otras crisis medioambientales que no se detienen en fronteras territoriales arbitrarias, incluyendo el cambio climático y la conservación de la biodiversidad: los desafíos globales más existenciales de nuestro tiempo.

Vivimos en un sistema en el que el estado está glorificado como el actor más importante y la soberanía, como una suerte de “primera directiva”. Sin embargo, los estados están fallando, individual y colectivamente, para proteger los bienes públicos globales. Individualmente, como el presidente de Brasil, Bolsonaro, visto para muchos como un populista de derecha, chauvinista. No tiene las calificaciones para liderar un país como Brasil y actuar como el encargado de los pulmones de la Tierra.

Pero hay una serie de estados cuyos gobiernos también tienen malos registros medioambientales, y no están todos en el hemisferio Sur.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, montó un oleoducto para transportar “arenas de petróleo” o “de alquitrán de Athabasca” desde la provincia de Alberta hacia el mar, lanzando así una cantidad significativa de carbono a la atmósfera. Trudeau ya le había advertido al mundo que “ningún país podría encontrar 173 mil millones de barriles de petróleo en su suelo y sencillamente dejarlos ahí”. La emisión de todo el dióxido de carbono (CO2) atrapado en las arenas de petróleo elevaría las temperaturas globales en 0,4 C –esa es una contribución potencial para el cambio climático, solo de Alberta–. Trump sacó su país, uno de los principales contaminantes del mundo, del Acuerdo de París, retrocedió en materia de legislación sobre la limpieza del aire, autorizó más emisión de metano a las industrias y muchos etcéteras.

La hipocresía institucionalizada es el signo de un sistema fallido. Según el Washington Post, mientras el G7 se reunía en Biarritz y criticaba públicamente a Bolsonaro, no dijo nada sobre el movimiento de Trump, que levantó las restricciones de deforestación en el bosque nacional Tongass, en Alaska, que afectaría a la mitad del bosque templado más grande del mundo. Como club, los estados también están fallando. La reunión de los siete estados amazónicos en Leticia, Colombia, terminó con una serie de débiles intenciones sin financiamiento, inadecuadas tanto para la emergencia actual como para detener el ritmo creciente de deforestación.

En materia de cambio climático, los estados tuvieron una acción importante que fue producir el Acuerdo de París, en 2015. Sin embargo, eso ocurrió después de que terminara amargamente el Protocolo de Kyoto, tras una cumbre decepcionante en Copenhague en 2009 y una tibia conferencia en Durban en 2011. Como advirtió Christina Figueres, en ese momento la secretaria ejecutiva de la Convención General para el Cambio Climático de Naciones Unidas, después de 20 años de trabajo para plantear una serie de objetivos comunes fue un éxito, aunque esa era la parte sencilla. La mayoría de los estados está muy por detrás de los objetivos de limitar el calentamiento a un promedio de 2°C.

La realidad actual es que la idea de que el estado soberano es el miembro más importante del sistema internacional parece más que nunca un anacronismo. Mientras los gobiernos siguen reuniéndose en cumbres para hablar sobre acciones medioambientales futuras, el sector privado sigue asumiendo roles públicos, asumiendo voluntariamente estándares de sustentabilidad que nadie puede imponer de manera sencilla. Las asociaciones público privadas entre gobiernos, empresas y la sociedad civil, también se están convirtiendo en una norma en el mundo, pero no está claro si el sector público sigue teniendo la suficiente autoridad como socio para asegurar que el bien público esté siendo atendido como corresponde.

Por lo tanto, la gente preocupada por el mundo en que vivimos no debería solamente mandar sus reclamos a los representantes en el gobierno, esperando que esto se traduzca en acciones medioambientales concretas. Necesitamos reclamar transparencia a las empresas en sus estándares de producción, y hacerlas responsables, para que reduzcan sus beneficios cuando comprometen nuestros bienes públicos. Eso puede implicar, por ejemplo, votar con nuestras billeteras, para exigir certificaciones medioambientales en los productos que consumimos. Hay muchos problemas en el sistema de certificaciones, como las muchas capas de burocracia, controles y verificaciones. Pero la presión de los consumidores para que los productos provengan de bosques sustentables ha tenido un gran impacto en el modo en que algunos bosques son administrados y en cómo se practica la agricultura. Además, tenemos que limitar la influencia de los lobistas del petróleo en nuestros gobiernos. Tenemos que invertir más dinero en ciencia básica para investigar y desarrollar tecnologías de energía sustentable. Tenemos que programar reuniones comunitarias y en los ayuntamientos locales para explorar estrategias de resistencia local. Los incendios ocurren hoy, las comunidades pierden sus medios de vida y el planeta está en gran peligro. Tendríamos que estar apoyando a las comunidades que dependen de los bosques, que de hecho son las encargadas de la Tierra, y a las organizaciones locales que pueden presionar a los gobiernos dentro de las fronteras estatales.

La cumbre de la ONU podría convertirse, como dijo un delegado, “en una resurrección del multilateralismo o en un preludio para el obituario del orden internacional”. No podemos dormir y soñar con el multilateralismo estatal como el genio que va a aparecer de pronto para salvarnos, como dijo Greta Thurnberg en el Foro Económico Mundial: “Nuestra casa está en llamas”.

Originally published in Diario Clarin, September 20, 2019 https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/cuida-planeta_0_SKWhPyCB.html